Titulo: Dibújame una sonrisa
Autora: ValeCaroline
Pareja: BaekYeol
Género: Angst
Advertencias: Ninguna
Género: Angst
Advertencias: Ninguna
Descripción: Lo único que ChanYeol quería en su vida, era una sonrisa real.
Nota de la autora: Esto es un regalo para la nueva miembro de Labia, Nuestra amada Cookie. Se suponía, es la historia basada en los disfraces del BaekYeol en Halloween, pero quedó esta cosa amorfa, igual espero que te guste. <3
Dibújame una sonrisa
La vida de Park ChanYeol jamás había sido fácil.
Su madre lo había abandonado cuando cumplió cinco años de
edad. Su hermana se había prostituido para irse de la casa, cuando él cumplió
los diez años. Y su padre drogadicto, lo golpeaba desde que tenía uso de la
razón.
En la escuela lo molestaban por ir con el uniforme sucio o
desarreglado. Por tener el cabello demasiado largo, por no tener dinero para
comprar el almuerzo cada día y llevar apenas un poco de arroz. Por su rostro
extraño, grandes ojos, demasiado expresivos, según ellos.
Generalmente estaba solo. Nunca había podido hacer un amigo.
O por lo menos, un amigo real. Muchas personas se acercaban a él. Por lo
general era para burlarse, pero había niños, como aquel mayor, Kim JunMyeon,
que le ayudaba cuando no lograba terminar los trabajos a tiempo, o cuando
llegaba a la escuela demasiado golpeado como para prestar atención en clase, le
explicaba con aquella paz y hermosa sonrisa.
Park ChanYeol envidiaba la sonrisa pura de Kim JunMyeon. Él
nunca pudo realizar una tan sincera como aquella. Sus sonrisas eran muecas.
Muecas que hacían a todos burlarse de él. Muecas que achicaban uno de sus ojos,
haciendo que se viera más extraño de lo que ya era para todos. ChanYeol evitaba
sonreír por eso. A veces dibujaba con sus labios una sonrisa falsa para mostrar
agradecimiento a los profesores cuando no alcanzaba la nota deseada y aun así
lo dejaban pasar, cuando le miraban con esa compasión que tanto odiaba.
Nadie sabía lo que en verdad sufría ChanYeol.
Si te atrevías a levantar su camisa, tan solo un poco,
podrías encontrar cortes y quemaduras mal cicatrizadas. Algunos moretones
curándose, y otros nuevos. Su nariz tenía una pequeña cicatriz causada por los
vidrios de una botella.
Si en la escuela preguntabas por Park ChanYeol, te hablarían
de aquel pequeño gigante, siempre encorvado, intentando no llamar la atención.
Ese chico torpe, con el cabello grasiento y ropa mal lavada. Aquel que no podía
realizar clase de gimnasias por quien sabe qué razón.
A sus diecisiete años, Park ChanYeol no esperaba nada de su
vida. Caer en la droga, al igual que su padre, ya no sonaba tan mal. De hecho,
no era la primera vez que se cruzaba por su mente meterse en ese mundo. Pero
había algo dentro de su cabeza, algo que le decía que su vida no se limitara a
eso. Que fuera más de lo que todos esperaban de él.
Así fue que había conseguido empleo en un pequeño café. No
pagaban mucho, pero era su dinero. No el dinero de la pensión de desempleo de
su padre.
La única desventaja de ese trabajo era el horario. Y la
sonrisa dibujada obligadamente en su rostro. Sí. Había aprendido a sonreír de
esa manera. A sonreír falsamente, con una expresión pacifica que tranquilizaba
a quienes estaban alrededor.
Pero al final del día, su rostro volvía a ser el mismo de
siempre. Con esa expresión cansada, desganada, amargada.
Arrastrando sus pies, encorvando su espalda, intentando
pasar desapercibido en la oscura noche, caminaba cada día hasta su casa.
Pero una noche, no logró esconderse lo suficiente en la oscuridad.
Las calles que debía recorrer para llegar a su casa estaban
repletas de hombres y mujeres de compañía. La mayoría lo conocía, habían jugado
en las calles de pequeños.
—¿Quieres divertirte un rato?
Le sorprendió oír a un cliente tan cerca, considerando lo
lejos que intentaba pasar de esas personas. Giró su rostro para encontrarse a
un chico que le miraba con una sonrisa.
—Yo no trabajo. Están allí. —Señaló al otro lado de la
calle. Pero el chico amplió su sonrisa. ChanYeol sintió como su estómago pegaba
un salto dentro de su cuerpo. Aquel chico le causó ternura. Se preguntó qué
haría en ese barrio. De seguro era un niño bien, de aquellos con dinero y bien
cuidado por sus padres. Su estómago se encogió en su abdomen el preguntarse qué
pensarían los padres de aquel niño al enterarse donde estaba.
—No los quiero a ellos. Te quiero a ti. Te daré dinero. Solo
quiero un poco de sangre, vaya a saber que tantas enfermedades tienen esos —dijo
en un tono arrogante.
—Ya te dije que… —ChanYeol frenó en seco, y por primera vez
en años, su rostro mostró una expresión real. Sus ojos se ampliaron y la mandíbula
se desencajó. Sus pupilas volvieron a fijar se en el rostro de aquel chico
frente a él.
Sus rasgos eran similares a los de un niño inocente. Sin
embargo, sus ojos mostraban un pequeño brillo de malicia. Esa malicia lo miraba
con expectación.
—¿Qué dices? Te daré una buena cantidad.
ChanYeol no quiso saber más nada. Comenzó a correr con todas
sus fuerzas. Podía escuchar los gritos de aquel chico y el ruido de sus pisadas
en las calles repletas de basura. No paró hasta llegar a la puerta de su casa, y
cerrarla con llave.
Después de esa noche tenía miedo de volver a su casa cada
día. Tenía miedo de encontrárselo de nuevo...
¿En verdad quería no
cruzarlo?
Esa pregunta pululaba en su cabeza durante las clases de la
mañana.
Por alguna razón, no podía borrar aquel rostro de su
memoria. Aquella mezcla extraña de ternura y malicia. La mirada de arrogancia
que le había dirigido al pedirle un poco de… ¿sangre?
Negó con la cabeza, intentando quitar esas ideas de la
cabeza.
—Señor Park, ¿tiene algo que compartir? —Escuchó al profesor
decir una mañana, a la semana del suceso.
ChanYeol observó alrededor. Todos tenían sus ojos posados en
él. No se había dado cuenta que había estado hablando en voz baja.
—No me siento bien —dijo, levantándose nervioso, logrando
que la silla en la que estaba sentado cayera, logrando hacer demasiado ruido.
—Está bien, señor Park. Puede ir a la enfermería. —El
profesor soltó un suspiro, y ChanYeol salió del salón, con la cabeza baja.
Las últimas noches, no solo lo había visto en el camino
hasta su casa. Sino que había soñado con él. Con aquel rostro, con dos ojos
pálidos, con dos colmillos sobresaliendo de sus labios y algunas gotas de algo
rojo cayendo de la comisura de sus labios, dedicándole una sonrisa de lado.
Abrió sus ojos de golpe, encontrándose con la enfermera del
colegio.
—¿Te encuentras bien? Caíste al suelo apenas llegaste aquí.
Me asusté mucho. —La mujer le hablaba con ternura, mientras le acariciaba el
antebrazo—. ¿Cómo te lo hiciste? —preguntó curiosa.
ChanYeol miró el sitio que la mujer acariciaba, notando dos
marcas, perfectamente redondas, y de un color rosa pálido, como si hubiesen
cicatrizado hacía algunos días. No recordaba haberse lastimado. Rascó su
cabeza, pensativo, y negó levantando sus hombros en señal de ignorancia.
—Ve por tus cosas. Es mejor que vuelvas a casa. No te ves
bien. —El chico asintió y salió de la enfermería a paso lento.
No entendía que estaba sucediendo en su vida. Su cuerpo le
pesaba, más de lo normal, y aquellos sueños, que no le dejaban descansar.
Cuando salió del colegio, decidió llamar al trabajo, para
avisar que ese día no iría.
A su jefe no pareció gustarle la idea, pero a él tampoco. Si
regresaba a su casa, se encontraría con su padre, y no quería que eso
sucediese. Así que decidió vagar un poco por la ciudad.
La noche amenazaba con caer, por lo que decidió volver a su
casa. Las calles, parecían más oscuras de lo habitual. Y cuando llegó a su
barrio, no había nadie fuera. Era demasiado temprano para que las prostitutas
salieran, y demasiado tarde para que la gente saliera de sus casas.
Encorvando aún más su espalda que lo acostumbrado, aceleró
su paso, pero algo se cruzó en su camino.
El rostro que le privaba del sueño, apareció frente a él.
—Ven conmigo —dijo el chico. Ahora no sonaba arrogante, sino
que suplicante. Con algo de dolor, quizá —, por favor, ven conmigo.
ChanYeol lo pensó por unos segundos. ¿A dónde querría ir?
¿Lo mataría acaso? ¿Lo secuestraría?
Negó con insistencia. No quería ir con ese chico. Le tenía
miedo.
¿Le tenía miedo?
Miró los rasgos del chico frente a él. ¿Cómo podía temerle?
—Tu padre te está esperando en casa. Sabes lo que hará.
Siempre lo hace. Ven conmigo.
ChanYeol observó la mano que le tendía, preguntándose cómo
podía saber de su padre. —No sé tu nombre. No puedo irme con alguien que no
conozco.
—Byun BaekHyun —se presentó, con una galante reverencia.
ChanYeol observó cada movimiento.
—Byun BaekHyun —disfrutó pronunciando cada sílaba, ese
nombre se le hacía delicioso—. Soy Park ChanYeol. Y lo siento, pero… no iré con
nadie.
—Park ChanYeol. —De alguna forma su nombre sonaba bien con
esa voz—. Esta noche me iré, no te volveré a ver. Te dejaré mi recuerdo si
deseas quedarte. —ChanYeol frunció el ceño ante las palabras del chico. De Byun
BaekHyun.
—No sé de qué hablas.
—De mi marca. La que estará contigo hasta el día en que
mueras. —Señaló el antebrazo, y en él, ChanYeol recordó esas cicatrices. Por
inercia, tapó aquella zona y le miró con ojos sorprendidos—. Tu sangre me hizo
sentir lo que hace mucho no sentía. Ven conmigo. Te prometo el mundo. La
inmortalidad.
ChanYeol se quedó quieto en el lugar. Observó la calle hasta
su casa. Apenas quedaban dos cuadras para llegar a su casa. Estaba seguro de
que si corría, lograría perderlo. Pero sus pies estaban clavados en el suelo.
Miró con una sonrisa triste a BaekHyun.
—Puedes… —sus labios se curvaron hacia abajo—. ¿Puedes
dibujarme una sonrisa real?
Byun BaekHyun formó una línea con sus labios y lo miró
fijamente, buscando sus palabras con cuidado. —La dibujaré, siempre y cuando
quieras tenerla en tu rostro.
Y por primera vez en años, una calidez invadió el pecho de
Park ChanYeol. La calidez de sentirse querido. Y esa calidez fue la que viajó
hasta sus labios, para convertirla en una sonrisa. Una sonrisa que ocupó todo
su rostro, y que le hizo sentir feliz por primera vez en años. No feliz como
cuando recibió su primera paga. Sino aquella felicidad de la niñez, cuando su
madre y su hermana aún estaban con él. Cuando su padre aún no lo golpeaba por
la frustración de no tener nada para consumir.
Sin querer arrepentirse luego, tomó la mano que le tendía
Byun BaekHyun, y con su nueva sonrisa en el rostro dijo:
—Llévame donde nunca se borre de nuevo.
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La cosa es así:
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, NOR!
No sabía que regalarte, así que quise escribir esta idea que está vagando en mi mente desde hace días.
No creo que haya sido lo que muchos esperaban de la foto de Halloween, pero la historia del guason es sobre la sonrisa que tiene dibujada en el rostro, ¿no?
¡Nor! Espero realmente que te haya gustado esto... que se supone era un regalo.
Nos conocimos hace poco, por no decir muy poco, ¡pero ya hasta siento que te quiero!
Sigamos con Labia un poco más.
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